UNA TUMBA PARA EL OJO

ENTRE BRUMAS

Loneliness of the Couple [Samotność we dwoje] (Stanisław Różewicz, 1969)

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 1

Samotność we dwoje resulta de una puesta en forma que blinda al filme por los cuatro costados. Parte de combinar un formato alargado Cinemascope con una fotografía en blanco y negro sin ningún miedo a exponerse tanto bajo el techo del interior más oscuro como en la montaña al aire libre, golpeando al personaje la luz frontal del sol. Pero es que dentro de la composición del propio plano, caben también distintas zonas, demarcaciones adyacentes, unas muy iluminadas hasta el blanco purísimo y otras de parduzca sombra, mediando entre ellas por lo menos tres mil matices de grises vibrantes, sensibles y levemente mortecinos. Es de notar que esta iluminación que otorga perspectiva a los planos tiene más que ver con cómo y dónde se plantó el aparato que con la seguro sobrada pericia técnica del director de fotografía, Stanisław Loth: se opta por poblar los planos de curiosos relumbros reflectantes, la vajilla, unos globos, junto a otros términos tupidos, las eternas ramas de árboles arrojando su sombra, o unos focos nada tímidos perfilando el primer término y deslustrando el fondo, y asimismo, con similares características, adivinamos, imaginándola como una jurisdicción tornasolada y tupida, la conciencia del pastor Hubina, quien pasea, sostiene, la precariedad existencial polaca pre-Segunda Guerra Mundial enguantado en su traje negro abismo, un atuendo que contribuye en demasía a resaltar el albar rigorismo de su cuello clerical. El quid de la cuestión en una escena: Hubina observa a su mujer, Edyta, tocar el piano, se conforma con ver en ella la pacífica, la beatífica, entrega de una esposa hacia la serena música conyugal, el pastor se embebe en sus propios pensamientos, ante tanta dicha, en confesión ─introduciéndose subjetiva una voz en off discrecional─, surgen los maduros frutos del miedo, su ideal familiar es el de vivir seguros, rogando a Dios, que ningún accidente nos suceda, pero con la mirada perdida en sus propios pensamientos el pastor se pierde una y otra vez la visión esencial de lo que con sus ojos y pequeñas muecas intenta transmitirle Edyta, ella otea a su marido con una cargada mirada cómplice, como diciendo, observa qué segura se siente tu esposa al piano, qué regia, mi cuerpo y mi rostro necesitan de ser destensados, observa, marido mío, lo capaz que soy de crear sensualidad con mis manos, mediante mis dedos, interpretando a Beethoven, Para Elisa, todavía me siento joven, y tu amor que solo me conduce a ser más tiesa. Samotność we dwoje deriva su historia en unos celos que brotan primero en prefiguración onírica para luego enraizarse, madurar, estimularse con malicia y deformarse, en secuencias-bisagra acumuladoras que cosa inusual en este tipo de historias sobre procesos mentales infernales no se adscriben de forma constante y brusca en trucajes claroscuros de la realidad de algún convenido cine psicológico.

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 2

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 3

La luz en Europa Central cae templada, difusa. Ni el más hábil cineasta podría convertirla en candente o incluso en pincelada muy acusada sin traicionarla, imposible obviar su naturaleza, uniformemente blanda, sin caer en el truco de aplicar un filtro a las imágenes, en posproducción, o gelatinas de colores a los focos, durante el rodaje. Por su parte, Różewicz demuestra que a finales de los sesenta, como cineasta, ya había objetivado, hecho completamente suya, una estrategia al respecto de esta luz tan particular que inunda calmosa su patria, eligiendo tiros de plano en ligeras diagonales, el trípode bien clavado al suelo, añadiendo planos de profundidad dentro del plano, ligeros desenfoques, parapetos, marañas; cabiendo en su falsamente sosegada puesta en forma la consecución de planos-contraplanos conversacionales resueltos con una extrema pulcritud y seguridad. Caben además reminiscencias a la sucesión fatal de poses imaginarias en De man die zijn haar kort liet knippen (André Delvaux, 1965), reminiscencias a la materialidad humeante, doméstica, torrencial ─la más cierta─, de un cineasta tan en contacto con lo terrenal como lo fue Carl Theodor Dreyer. También llegamos a pensar en Hitchcock, en virtud de cómo Różewicz invoca la fragmentación, y no solo en el preclaro ejemplo de los retorcimientos de las extremidades recortadas cuando Edyta resbala secuencialmente hacia la bañera hirviendo. Son los espacios, la casa, la que mediante pivotamientos y recortes sucesivos podremos reconstruir diáfanamente: en el piso de abajo el despacho, un gran comedor alargado, arriba, el dormitorio, el cuarto de los críos, el de invitados y la salita del piano, no hay necesidad de esforzarnos, nos hacemos fácilmente a la contigüidad de las estancias, y más arriba, en las alturas, la buhardilla sirve para despejar el prejuicio adulto contra el cuento de hadas, donde los hijos se entretendrán con las palomas, los disfraces y mostrándose ingeniosamente crueles entre ellos. En el mundo de los mayores, los periódicos polacos ilustran: columnas del NSDAP marchan junto a pilas de libros ardiendo. Europa entera se alarma. En Alemania se está quemando a Heine. Sonrisa pícara, desafiante, de un profesor de piano nazificado con una voluntad de poder desmedida que como colofón aciago se inmiscuirá, por interesada recomendación de su mujer, en la casa del pastor, patentizando todavía más si cabe la impotencia del hombre. A pesar de la gravedad al borde del infarto de la situación espiritual de Hubina, el filme nunca nos introduce violentamente y sin permiso en su subjetividad, transformando en indecencia los poliédricos avatares del mundo sensible. Hay mucho de discreto, de ladino, de misterioso, en los gestos de los personaje de este filme, pero lo que el filme no se permitirá será saltar hacia ese gesto en plano detalle indicándonos tramposamente que quizá el pastor tuviera razón en cavilar sobre los infinitos disfraces que puede adoptar el diablo, o que toda su desgracia quizá pertenezca al plan de un castigo, o de una prueba para él, dejada caer entre las nubes por Dios mismo. El sacrificio de Isaac. No. Para desgracia del pastor, las escotadas ubres de la tabernera del pueblo no están registradas en grado alguno como algo diabólico, sino sumamente apetecible. Siguen acumulándose tañidos de distinta índole haciendo dudar a Hubina sobre si acercarse a la tabernera o alejarse.

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 4

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 5

Samotność we dwoje Stanisław Różewicz 6

Introducirse en la filmografía de Stanisław Różewicz supone estar abierto a confrontar recónditos ecos y concomitancias maltrechas. Hubina se quedará pasmado ante la reproducción del grabado El caballero, la muerte y el diablo de Alberto Durero, una obra que junto Para Elisa volverá para exponer una conyugalidad delirante por otros medios en Aniol w szafie (1987). También el reverendo Konrad, en Rys (1982), quedaba prendado en algunos momentos capitales de San Agustín y el Diablo de Michael Pacher, una composición de tentación horrorífica que contribuye a su desiderátum de asesinar escudándose en ideas de martirio, en la defensa del partisanado, sotana horadando cabeza gacha entre los hombros las cuatro calles de un país en el que reina un clima de ocupación tan brutal que termina por sugestionar maremotos de enloquecimiento. Concurrencias secretas, rimas clandestinas, que nos acercan a Różewicz a la concepción que guardamos del cineasta ideal, aquel al que viene anejada una intrincada mundología.

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Loneliness of the Couple [Samotność we dwoje] (Stanisław Różewicz, 1969)
Loneliness of the Couple [Samotność we dwoje] (Stanisław Różewicz, 1969)
Aniol w szafie Stanisław Różewicz 1
Angel in the Wardrobe [Aniol w szafie] (Różewicz, 1987)

Rys Stanisław Różewicz 1

Rys Stanisław Różewicz 2
The Lynx [Rys] (Różewicz, 1982)

Drzwi w murze Stanisław Różewicz 1

Drzwi w murze Stanisław Różewicz 2

Drzwi w murze Stanisław Różewicz Tercera

Drzwi w murze Stanisław Różewicz 4

Drzwi w murze Stanisław Różewicz 5
The Wicket Gate [Drzwi w murze] (Różewicz, 1974)

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De repente, se nos viene a la cabeza el recuerdo de Jacques Rivette viendo por segunda vez Les dames du Bois de Boulogne (Robert Bresson, 1945) en la Cineteca del Barrio Latino parisiense, añadiendo suspenso al filme las continuas interrupciones que una tormenta había provocado en aquella proyección. Decimos que se nos viene a la cabeza, al arcón cinéfilo de la memoria, porque nos disponemos al visionado de Rys una noche donde un apagón eléctrico sin visos de reparación inminente subsume a nuestra urbanización en una oscuridad total de noche sin bombillas ni voltaje, a ráfagas el filme vuelve, temerosos esperamos el siguiente corte eléctrico, ansiosos en la penumbra imaginamos la vuelta de Polonia, la ocupación y el destino del reverendo. En esta oscuridad impalpable vamos labrando un destino ideal de partisanos serenos, pacientes; ni vitoreados ni gloriosos.
          Habituados a unas tendencias fílmicas de idiosincrasia polaca donde el público rara vez solía ser confrontado plano a plano, sino echado a un lado, apartado, expulsado de la sucesión de encuadres debido a una extenuante retórica cineasta-gobierno, leyes invisibles de censura que el espectador debía suponerle, aceptarle, descifrarle al régimen, y su particular menoscabo del ser individual, era difícil para nosotros defender con razón y corazón una obra por otro lado tan arrojada desde la tripa como Jak daleko stąd, jak blisko (1972), de Tadeusz Konwicki: donde otros aludían a esa vista de pájaro zumbado dando interminables vueltas medio ciego pero con conciencia de arúspice sobre la fatídica historia del país, nosotros solo veíamos ideas que no habían encontrado el sostén temporal necesario para establecerse firmes sobre un suelo al que llamar propio, de ahí que los animales sacrificados, las matanzas, bailes eternos de salón con decadencia artística enunciando subrepticiamente que el país no conoce otro destino que la condena, terminaran indigestándosenos, apelación a una estética del impresionamiento fatalista en la que es difícil quedar impresionado cuando no hay ni una mínima tentativa por establecer coordenadas alrededor de nuestras básicas nociones de aprehensión cardinal e histórica. Preferimos encontrar, remover archivos, y leer a Konwicki, sobre Konwicki, que ver su filme.
          Al revisitar ciertas corrientes, periodos del cine polaco, nos encontramos inmersos en el mismo poso de desencanto e indiferencia que duele cuando Daney asistía al dar comienzos los años 80 a las Jornadas de Gdańsk. Esperaba una mejor cosecha para el 81. En la Gazeta Festiwalowa se cocían unos découpages y unos debates más estudiados que en las propias películas que día tras día le eran echadas a los ojos, una dialéctica falsaria entre cineastas, astilleros y gobierno (con el factor Wałęsa y la ley marcial a la vuelta de la esquina). Reconocía, eso sí, la existencia de documentales muy buenos, lejos de la ficción más aparente, reaccionaria o insurgente, templada o centrista, encontrando algunos ejemplos ilustres como Zegarek (Bohdan Kosiński, 1977).
          Por todo esto quedamos sorprendidos al descubrir una historia paralela en la cinematografía polaca del clan Różewicz, al que acompañan históricamente dos hermanos partisanos y poetas, ambos habiendo batallado en el frente de la II Guerra Mundial, sin embargo solo uno, Tadeusz, salió con vida, ya que el otro, Janusz, sufrió un triste destino bajo la ejecución de una Gestapo adosando “actividades ilegales” a cualquier persona que permaneciera el tiempo suficiente frente a sus detestables narices. Esa ordalía partisana podría dar a los Różewicz el derecho e incluso el arrojo a filmar un cine basado en el rencor, descalabrado, confuso, sin embargo retornan a la experiencia traumática de su pasado, Stanisław como director y Tadeusz como coguionista en múltiples ocasiones ─en pareja con Kornel Filipowicz o su propio hermano, como en el filme que ocupa esta crítica─, bajo un prisma de intelectuales con las ideas claras sobre su emparentación y afinidad extrema con el proletariado y las fuerzas de represión sobreponiendo todo tipo de ecos coercitivos. La guerra no solo se libra en el frente, también el recuerdo de una delación piadosa que únicamente salvó vidas puede ser objeto de desesperación veinte años después del conflicto. Clima de enseres filmados en planos detalle cuyo aislamiento por su extrema valía y singularidad observamos en multitud de cartas, fotografías, objetos domésticos, cualquier tipo de marco o memento que acompañe el recuerdo de un instante pasado en compañía de los nuestros o el pacato acuerdo donde firmar una alianza temporal. Pensamos en esta experiencia de estudiantes interrumpiendo su ciclo educacional para unirse al frente partisano dentro del bosque, pasando por una serie de silenciosas refriegas y asesinatos mudos, clima pantanoso, visión tan limpia que se diría nos han rociado los ojos con un líquido antidilatador de pupilas, eso es lo que experimentamos al ver Opadły liście z drzew (1975). Luego de la monótona, nunca morosa, estancia con los combatientes, volvemos sin solución de continuidad a la universidad, en próximas lecturas nos aguarda Bergson, L’Évolution créatrice, indistinguible frontera en lo que respecta a formarse una mundología desde la que clarificar espacial e históricamente nuestro propio país, el pasado que no podremos anular pero al que retornar incesantemente dando cuenta, sin saldarla a destiempo. Entrelazado de guerrillería in situ e interés intelectual y artístico, el teatro, el ente al que regresamos en Drzwi w murze (1974) o Kobieta w kapeluszu (1985). Reseguir estas huellas polacas supone reconstruir un periplo histórico que se remonta hasta los intentos de independencia radical de un Edward Dembowski hasta las pequeñas heridas familiares de una huérfana de padre intentando ser algo más que una marioneta de la vanguardia, encarnando por fin a la Cordelia shakesperiana que equidistancia su presente.
          Diferentes ópticas no reconciliadas pero desde luego acompasadas en las que hacemos las paces con la regla de los 180 grados, con el maldito eje, que después de tantos rodeos alucinógenos necesitaban algo de calma y aprehensión de astrolabio para que un conjunto de vidas regionales de Europa Oriental calasen en nosotros como algo más que almas en deriva por un cielo negro, firmemente enclavados en un tiempo conquistado a riesgo de violar un tímido raccord de miradas o gestos ─rudeza de obrero que menoscabará sin vergüenza esa continuidad perfecta en pos de la ya mencionada capacidad de situarnos plano a plano─. Así, tenemos un axis formado por los remanentes insistentes del fascismo, anecdotado en relevo proletario o síntesis de pequeño, tímido acontecimiento, cuyas consecuencias podrían semejar tímidas a nivel nacional, mas al alejarnos kilómetros y kilómetros, no con la cámara hasta el cielo, sino con la mente al terminar el filme, no hacen otra cosa que aumentar, aumentar, y presentimos, cuando llega la noche, aquella en la que un apagón subsume a nuestra urbanización en oscuridad total, que en el futuro no solo tendremos como vía de liberación el recitar unos versos violentos sobre una tumba vacía, sino que podremos, de una vez y para siempre, empezar nosotros mismos a limpiar de cualquier egoísmo nuestras conciencias para ejercer de balines, inseparables de nuestro maquis, una vez que colmemos la próxima entrega incondicional al mundo que aguarda fuego. Las brumas deberán ser iluminadas.

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«En este punto, no obstante, terminaba la civilización. Hasta aquel momento habíamos estado seguros de dónde nos encontrábamos. Más allá de la batería había un pequeño tramo de una nada llena de hoyos producidos por las bombas: habíamos entrado en un vacío árido y devastador; en ese paisaje lunar descrito en las novelas de guerra y representado tan a menudo por docenas de pintores y dibujantes, yo incluido, con esa cualidad particular tan difícil de expresar. Esqueletos con muecas burlonas en el terreno gris, cráneos aún protegidos por los cascos metálicos; festones de alambre cubiertos de barro seco, cordilleras en miniatura de tierra color azafrán y árboles como patíbulos: este era el attrezzo del titánico reparto de actores moribundos y electrocutados, que cargaban el escenario de una electricidad romántica».

Blasting and Bombardiering, Wyndham Lewis

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Stanisław Różewicz (1924-2008); Tadeusz Różewicz (1921-2014); Janusz Różewicz (1918-1944)

PASAJE DE KYBER

[1ª PARTE] PASAJE DE KYBER
[2ª PARTE] LA GRAN CURVA
[3ª PARTE] NOT FADE AWAY

More (Barbet Schroeder, 1969)

Un autostop chasqueado da comienzo a la travesía post-sesentayochista de Stefan, de la cual obtendrá sus primeros frutos en la forma de una parada común: Ville Lumière, filmada por Schroeder y fotografiada por Almendros a medio camino de la ubicua psicodelia ─inocencia no del todo corrompida; Altamont a la vuelta de la esquina─ y el cinismo del junkie, un LSD teñido por un caballo desbocado. En la capital, las marcas del segundo se dejan intuir en la muñeca derecha, avistadas por el dudoso donjuán alemán, inicial paso hacia la devoción por la jeringuilla. Posterior paso, seguir a la dama, en busca de quiméricas odiseas donde el traspaso de la frontera es liviano y afable. Quizá hagan falta unas ligeras pinceladas de ficción, y ahí tenemos al indeseable Ernesto Wolf para arrojar una sombra de peligro sobre la pareja ya establecida en las Baleares. Sin embargo, la contingencia es otra, y aunque sitúa más cerca de la parca a los amantes, jamás centraliza la moral de los planos, empeñados en medir las fuerzas que superponen la vida terrenal y la parranda veraniega (luego pasividad otoñal) con el paisaje imperturbable a las panorámicas del aparato o al éxtasis de la norteamericana Estelle, muchacha huidiza, amante del germano. Ni siquiera el fatalismo se incrusta cuando hace aparición el molino de viento: excesivamente lejos de A Hard Day’s Night (Richard Lester, 1964) como para disfrutar en demasía del éxtasis, y tristemente cerca de los Hells Angels, lo suficiente como para distanciarnos veinte metros con el objetivo.
          Dos polos distintos desde donde mirar la isla española, de vez en cuando entremezclados por sábanas que juegan al escamoteo del desnudo frontal en su plenitud, y a la vez excitan engañosamente el ojo del que no mira y solo escucha. El primer extremo, encarnado en el varón, se queda estático en Ibiza mientras emocionalmente avanza hacia la dependencia de la crueldad, que no entiende ni distingue la línea que separa el júbilo de la puñada. El otro, personificado en la hembra, tendente a las huidas excesivas, portadora de la expresión sapiente de quien se ha introducido antes en la maraña y sabe que uno nunca escapa de las zarzas; su cuerpo es la diana de todo tipo de sensaciones táctiles, causantes, al final del verano, de que el hastío llegue hasta el punto de no retorno, aguja atravesando la lengua, fuga definitiva. Recorriendo ambos bornes con chispas breves e ilusionantes descargas, la electricidad para la mente que proporciona ver el mundo en su forma microscópica, inspiradora hasta el día de hoy de revelaciones fatuas, lágrimas platónicas, súbitos cambios en el estado de ánimo. Es en estos menesteres de re-visión del mundo, entre chute y chute de heroína, cuando el LSD termina por acercar las imágenes hacia el peligro temido por el espectador contemporáneo, un regocijo en las formas variables de la naturaleza, contemplada por unos ojos encendidos de droga, que se postergará indefinidamente más allá del último rótulo que cierra el filme, pues la desembocadura del río no remata con una nueva filosofía vital ni con un retorno tardío a París, sino con la metamorfosis absoluta del alucinado con la tierra, a muchas millas del suicidio y de la premeditación, el final de su vida es solo la consecuencia natural de la querencia obsesiva por alterar la visión y el espíritu: el barro acaba por tragar los sueños y esperanzas del caballero para enturbiar su cadáver con polvo impertérrito.

More Barbet Schroeder

SANGUIJUELAS

Détruire dit-elle (Marguerite Duras, 1969)

La perspicuidad de la frontalidad teatrera nos acompaña en los primeros minutos, y el espacio es definido de acuerdo a sus fronteras, el bosque, la vista a seis millas del hotel; al final del camino, la puerta, arrasada sin duda por la destrucción postrera. Lejos de la cualidad estatuaria, estos organismos, apartados del tiempo pero sumergidos en la utopía de la década, comienzan a espejar sus frases, contemplarse en binomios, formar camarillas, operaciones subterráneas efectuadas con la mayor claridad espacial posible: el engaño no provendrá del objetivo ni de la lente, sino de los tropeles de ojos nunca vistos que han contemplado cómo dos cuerpos fornicaban sus deseos en supuesto secreto. Deportado el recogimiento, la ociosidad de las vacaciones se desfigura en pos del arrebato del viento que llegará para arrasar y fundir, de una vez por todas, al monte con la carne. Conspiración judía, atravesada por el envalentonamiento rígido del que disfruta hibridando extremidades con caprichos, y narrada mediante una conversación lo suficientemente esporádica entre la metteuse en scène y su cómplice femenil. Las corrientes de la revolución aplastada remontan el transcurso en la estasis de la duración, sirviéndose de ella como salvoconducto a la explosión. Alisa, Elisabeth Villeneuve/Alione: Elisa. La operación es la suma, y los minutos acumulan la lenta podredumbre sobre la clarividencia inicial, puesto que son inmoderados los reflejos, obtusas las barajas, tornadizas las formaciones, y resiste desierta la ocasional intrusión del primer plano, o de uno detalle, para reequilibrar el nuevo statu quo, plenamente alienante para Bernard, pues hace falta un extranjero para dar fe de que el conciliábulo se ha alejado demasiado de la sociedad, ha provocado un cisma en los torbellinos del antojo. El asesinato de la reconstrucción jerárquica ha tenido lugar a cambio de un trueque jamás puesto en escena, pues tan solo quedan las constataciones del mordisco.
          El viento sigue azotando la floresta, y el tiempo nos empuja al centro periférico, al amor despreciado, íntimamente unido a un aborto de cuya minucia no podríamos estar más desentendidos. Más allá de las dualidades (la gravedad de Max Thor/lo inarmónico de Stein y lo quebradizo de Elisabeth/la vesania de Alisa), nos resta la certeza de la fijación en la pulpa del mundo material, a punto de ser explotada por la cosa-cine durante los años del terror, y este delirio colectivo, amante del quiebre, contradictoriamente balanceado por la eternidad de un silencio, resulta de aquello echado a perder y que el dispositivo, como perenne retrasado, intentará poner en escena después de la debacle. Este es el relato de los resistentes, y su inexactitud geográfica es el punto de partida desde donde rememorar para destruir y, a partir de ahí, cuestionarnos el significado del verbo. El baile de analogías no habita en solitario el corazón de la ficción, lo acompaña la fractura, insistente, pesada, amada a la fuerza, incluso dejando que nos arrolle de lujuria el in crescendo perfecto a un drama roto, pues cada línea de fuerza destroza a su contigua, así como la naturaleza mata y resucita, la cámara se queda quieta para que lo íntegro se mueva mientras se derrumba, nuestros ojos sufren ante el devenir de un anecdotario confuso, y en la pesantez del asueto, con paso de serpiente, se introduce en la realidad del reflejo lo que no estalló al otro lado del cristal, un ciclón de aire y música que, con suerte, espantará, en nombre de Stein, el vano disimulo.

Détruire dit-elle, Marguerite Duras