UNA TUMBA PARA EL OJO

KARAOKE

Some Kinda Love [Romansu] (Shunichi Nagasaki, 1996)

Some Kinda Love Romansu Shunichi Nagasaki 11

I saw you this morning.
You were moving so fast.
Can’t seem to loosen my grip
On the past.
And I miss you so much.
There’s no one in sight.
And we’re still making love
In My Secret Life.

In My Secret Life, Leonard Cohen

A determinadas horas de la noche, la ciudad adquiere un sospechoso despejado, retrocediendo la suerte, residuo del diseño, e instalándose un azar, fortuna de jugador, que verá puesta en jaque su especulación a la sombra inexistente de un paisaje horizontal, una despreocupación alcoholizada que al cine moderno le ha valido para desobstruir el tráfico incesante que se acumula hasta la mitad del día, momento de suprema actividad del avispado, luego, con la puesta de sol, se instalan los técnicos, despiertan los mullidos, vemos menos, sí, pero no podemos evitar albergar la paradoja, contradicción interior, de que es en esta lobreguez urbana, luego terreno periférico de apartamentos adosados, donde crear con nuestro querido cristalino una división, parcelación nítida, de los chantajes y magnetismos que dividen la ciudad al encenderse las farolas. Romansu aprovecha esta situación para hacer creíble, en su particular melodrama ilusorio, su concentración sintetizada de personas. Dos extraños de tenue vínculo tomando una copa, la mujer que entra por el rabillo del plano y comienza a arrojar una serie de meteoritos afectuosos, bajo forma de números de teléfono, zapatos dispersos, chaquetas carmesíes que echar de menos, en el espacio pactado que reúne a la pareja de cuerpos masculinos.
          Nos es complicado avistar esta falta de prejuicios, esta total centralización con derecho a fuga, en el cine francés moderno, también en el italiano, sin embargo hallamos ejemplos señeros en el alemán, portugués, americano, polaco y, por supuesto, japonés, inventores por derecho propio de la única soledad perdonable en el cine. Acaparando un terreno del que luego esperará sacar beneficio, el extraño A aminorará su aburrimiento contratando a prostitutas, para sí mismo, para su amigo, mientras que su anticenicienta, Kiriko, hace de la empresa que nos ocupa algo más que el relato de dos hombres, uno intentando ser más listo que el otro, y el restante viendo pasar las artimañas ajenas con un vago atisbo de curiosidad.
          Al disminuir la población y tratar con clases relativamente privilegiadas, se estratifican para el nervio óptico, aplanadas, extendidas, unas relaciones que tienden a aguardar un momento que nunca llega, en verdad la más grata satisfacción del hombre moderno, paseando en azoteas, organizando planes de retirada un fin de semana cuya ociosidad semeja holgada. De un lugar a otro, la carretera filmada en plano subjetivo, despejada, nos introduce lavándonos los ojos con la más engañosa de las drogas, en un tiempo alternativo, más y más adentro del túnel, del engaño, de esa supuesta claridad satisfecha de quien domina el singular terreno de parqué, mármol o cristal donde le ha tocado dormir, hacer el amor, escribir, dibujar, reírse de tonterías con dos casi desconocidos. En el contraplano, tres seres humanos en un coche, irrompible estampa surgida del atavismo de un cinematógrafo que parece acusar sus años con orgullo, conduce sin manos ella, con los ojos cerrados, excitación ante un ligero peligro, la posibilidad de no llegar a la cama, apagar el interruptor de la luna.
          Filmando esto con semejante perspicuidad, uno podría aducir de nuevo los dichosos acuarios, ortoedros marinos donde el remanente de humanidad entregada en barbitúrico entusiasmo a los puntos de encuentro nocturno localiza su trozo de arena, esta vez, empero, intentaremos hablar de playas casi desiertas, las que con suerte presenciaremos a solo unos pasos de casa, allí resulta sencillo divisar todo, el mar que se pierde, la línea separatoria marcando distancias con la tierra, la pareja a cielo abierto matándose a besos. Sí, debajo de una estrella de mar, hallamos un astrolabio con el cual Shunichi Nagasaki delinea un mapa fantasma, otro más de los  cineastas que no descuidan nada de la narración y el drama de los encuadres, a la vez que estos son de una asertividad significativa, sobre todo, dosificando la información de los susodichos encuadres, sobre todo, no poniendo nada sobrante. Una política del encuadre terso que nunca supera la decibilidad compositiva, donde domina, primordialmente, un pensamiento del découpage, pero decidido a que este nunca mate la materia con la que trabaja. Una teoría invisible que ha conformado, en las épocas más privilegiadas del cine moderno en celuloide, un cuerpo de cine variable, la pesantez de los medios de producción con los que se trabajaba beneficiando este anclaje del pensamiento y procederes de rodaje. El peso de los objetos abandonados, la carga de apariencia tensa, el zapato que parece encajar en el pie, ¿de qué nos sirve seguir tan bien el desarrollo mirada a mirada, corte a corte, hacernos este mapa fantasma, hacia qué punto nos dirigimos con la mente en otra noche de tragos y travesías inciertas en coches con sobrado kilometraje? Bien, aun no pudiendo enunciar una sencilla respuesta de primeras, sí damos cuenta de la chispa interna que nos asola al verse encender los arrebatos de planes a tiempo parcial, las súbitas decisiones de cambiar la cama donde despertarnos la noche siguiente, la charla que no va a ninguna parte, centrípetas palabras, energía derrochada en creencia de trío, de escuadrón, el que nunca muere, solo se evapora en un súbito estallido, la enigmática desaparición de los pudientes que nos dejan un recuerdo dudoso, un memento reluciente ─Manoel de Oliveira─, la jugada maestra desbaratada en tres movimientos letales ─David Mamet─.
          Los hombres más leales al escuadrón, sin descontar su prevaricación para con el resto de la sociedad, no querían que la cosa cambiase, deseaban que los demás permaneciesen fieles, no querían, en fin, que el amigo cambiase, ¿y qué más da si la cosa permanece igual si es tan preciosa? En vez de perseguir quimeras interminables, ellos aceptan la posibilidad de que estas ni les rocen siempre y cuando puedan divisar desde el suelo terrenal un cielo en el cual se pose, el día menos pensado, un objeto volador no identificado. Su hora favorita. Un desvanecimiento anhelado que poco tiene que ver con el suicidio melancólico en potencia, trágico desperdicio de juventud brutal, este juego en verdad es adulto hasta la médula, la diversión del funcionario, o planificador urbano, industrial, de la mujer del dentista… Un espionaje que ha admitido el cerco de los días, y que conforma su subversión con ligeros gestos de arresto y humorismo, claro, la tragedia no ha desertado esta falsa dualidad, y la felicidad inicial, en la cual creíamos poseer el secreto de las cosas al ver que el hombre nos hacía una promesa o la mujer se olvidaba el tacón, da paso a la tragedia de la mejor comedia, y es que en este trío de modelos de mudaje eterno en el cine y la ficción, hay tres caminos, tres personajes: la que decide redefinirse, más bien, reencarnarse, pues sabe que si bien es imposible cortar el tiempo, una puede seguir aspirando a acoplar la mayor cantidad de afectos posible, no dando cuentas a nadie, aspirando el mapa de otra ciudad, ascendiendo la próxima cima, este es el carácter más egoísta de los tres, también el que se salvará, luego nos topamos con el extraño B, el que ha jugado casi por arrastre, en calidad de espectador con disminuyente apatía inmiscuye su austeridad, problematiza su condición de abstemio, e indirectamente recibe los mayores cariños, al hacer en contraposición los menores esfuerzos, supuesto tímido, acaba narrando en off la historia al ver los restos del meteorito, seguirá escribiendo, también publicando, la novela, los relatos, las columnas, mecanografiados durante años, su tragedia era pequeña, un mínimo brete, por último, el indeseado corrupto, abandonando mujer, jugueteando por cada espacio público y privado de la demarcación en la que ejecuta operaciones, termina zarandeado, mirando ahora la noche como quien se tira sin trampolín en el astro más lejano a la Tierra y divisa su propia mortandad, al ser abandonado, es definitivo, no dinámico, esto lo deja sin que se lleve su cuestionable merecido, pero sí expuesto, tras toda la paranoia y obstinación en tornar las cartas a su favor, ya no queda más que un modelo perdido, el arlequín del que se ríen los necios en el karaoke, incapaz ya de buscar su propia adyacencia. Insólito y enfermo, creaba vínculos. Rotos estos, llega el final del filme. ¿En qué noche delirante, enferma, qué Goliaths me parieron tan grande y tan innecesario? La chispa se apaga y el crepúsculo pierde la magia que nos mantuvo sentados, renovando nuestra contenta cinefilia. En silencio, vamos sorteando una retirada completa hacia un aire enrarecido.

Some Kinda Love Romansu Shunichi Nagasaki 2

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La escarpa calcárea era perfecta para la fachada, aunque no midiese más que algunos metros cuadrados, pues no necesitaba mayor superficie; no tenía más que arrancar los bloques de eurita horadados y agrietados por las raíces. El taladro de hierro bastó al principio para este trabajo, pero al llegar a la base, Borg se vio obligado a colocar en la hendidura un cartucho de dinamita. Cuando estalló y vio volar los trozos de roca, sintió algo así como el deseo de aquel poeta que quería verter de una vez para siempre dentro de un volcán todas las municiones de los ejércitos permanentes para librar así a la humanidad de su existencia dolorosa y de su angustioso porvenir.

A orillas del mar libre, August Strindberg

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Acredito mis deudas con los técnicos de la noche aludidos en Molloy de Samuel Beckett, así como con los residuos del diseño que conforman la suerte, hechos canción por Strawberry Whiplash. Por supuesto, los Goliaths en parto pertenecen a Mayakovski

OLA DE ENCANTO

School of Senses [Érzékek iskolája] (András Sólyom, 1996)

School of Senses András Sólyom 1

Follow the Romany patteran
          Sheer to the Austral Light,
Where the besom of God is the wild South wind,
          Sweeping the sea-floors white.

The Gipsy Trail, Rudyard Kipling

Csokonai Lili cuenta diez y siete cisnes en un lago, pronto aprende a denominar la susodicha cantidad “número primo”. Tras débiles meditaciones, llega a la conclusión de que el cinco también entraría dentro de esta clasificación. Kéri Márton, el profesor transmisor de tal enseñanza, viaja por el mundo en calidad de agente comercial al servicio de la informática pujante, placas madre, la World Wide Web extendiéndose cual tela de araña sobre el orbe que las gitanas como Lili circundan. El hombre ama inconstante a diversas mujeres, a falta de un verbo mejor, unidimensional, furioso, tierno, creador de confusiones, centro de unos recuerdos invocados por la zíngara en una convalecencia frustrada desde la que el filme se proyecta. Despojados del nervio matriz o las extremidades primarias que nos posibilitaban poner patas arriba la tierra, ¿qué más podemos hacer sino escribir nuestras memorias en un húngaro a la moda/anticuado, más preciso, a nuestra medida? Eso hace Lili, y barrenando sus remembranzas asistimos una noche de noviembre al filme de Sólyom, canalizando una novela hasta ahora no traducida del aristócrata Péter Esterházy, conde juguetón, ascendencias crispadas. Tras un primer visionado y la certeza de haber alucinado estos años noventeros ya añorados con la imprecisión del heroinómano que no es capaz de elegir la zona donde la punta de la aguja deberá clavar su acribillada piel, hacemos pausa. Algunas reflexiones, un regreso fugaz a frases del diario de Lili. No basta. Debemos reintegrarnos al filme en esta primera persona imaginativa de un plural inexistente, pues soy yo el que lo ha visto, y no nosotros, disculpen si la noche me llena de comunidades invisibles. Así se mantiene mi horario últimamente, de 23:00 a 8:00, horas sagradas donde culminar las imposibilidades del día en lo más cercano que puedo llegar a cierto plano astral, mi donación al cosmos, pensamientos generosos, toca socializar. Lo dicho, segundo visionado.
          Deben de ser cerca de las 4:00. Madrugada. Perplejidad. Las imágenes, lentes entintadas de un celuloide hechizado por disoluciones violentas, suaves, veleidosas, de este a oeste, casi de alma corsaria, chalés al lado del mar, en playas donde un estancamiento vacacional aparenta abrir un horizonte de perspectivas, relanzan el pasado, hermanándose con esa visión fraternal de un Carlos Reichenbach fin de siècle, suspiran los días pendientes bailando lejos de rascacielos y hormigón, paréntesis, curva de aprendizaje, bajo la lluvia, al lado de los cisnes, la única cosa que importa son los pensamientos que uno tiene los cinco minutos antes de quedarse dormido. Conforman detenciones impúdicas, dudosas, en ellas los elementos y pasiones exaltan y dan más miedo de lo corriente, en su dudosa dualidad marcarán nuestra memoria y volveremos a ellas dándoles la vuelta si así el humor lo pretende, recordaremos cuando hicimos el amor y nos dio miedo llegar hasta el final. Ni Reichenbach ni Sólyom juegan con elementos de derribo, hacen alianza con la energía de las personas trocada por el punto más vital de revelaciones, una entrega primitiva a afectos que a ojos ajenos podrían parecer grimosos, exagerados, corazoneros, cuché, olvidando que la desvergüenza del iluminado bajo la luz de varias lunas, fugitivo, entre clases, encrucijado, en la expresión más sublime, adquiere un tinte aristocrático, lejos de lo que menos nos interesa del cine: la solemnidad monocromática del templado respetable. Queremos desborde lumpen, voluntad férrea de próceres valerosos obsequiando la tierra al conjunto de heredades. Añade este filme húngaro la experiencia de desmayos superpuestos destensando la intermitencia del fluir del día y lo noctívago encontrada en Falsa loura (2007), incorporando aquí, es conveniente añadir, una vista de becada, surcando el cielo en un viaje diarístico febril por pasados que comienzan en las tierras bajas de Csepel, un diecisiete de septiembre, deslealmente fiel, orfandad temprana, encuentro de su propia sexualidad, tras sobradas inundaciones, en la edad culminante de la pubertad. Ahí llega Kéri Márton. Las imágenes pasan ante mí en esta ocasión con una extraña calma que no había presentido la primera vez, señorío reposado de quien ya conoce el final de la historia, algo más también, la construcción de una lírica romaní, cuyos gestos de mujer exaltada van desde la revelación de Hanan Turk en la imperecedera Dunia (Jocelyn Saab, 2005) hasta la fatal mezcolanza del calor brasileño, comparable a unas entrañas expuestas en matanza de cerdo, causantes de envenenar la voluntad hasta el punto de hacerla blindarse a la luz del sol.
          El resto fue descontrol, éxtasis mundano. La noche podía terminar en termómetro de afectos rebasando la exosfera. Amanecía y ni siquiera resultaban quebrados los anhelos, el traspaso al desayuno conservaba una continuidad amazónica bestial, de tierra quemada, destello cegador antagonizando la caída hacia las formas demasiado concretas del día, entonadoras de su enfermizo marchar. Encaminar la ruta hacia el centro de la urbanización donde habito estas datas de transición, en búsqueda de un futuro cercano a un conato de mística por ahora informe, me hizo contactar travestido de hermano con el filme, las palabras rezumaban inquietas en mi cabeza, separaba su plasmación al papel una pequeña siesta, baño rigurosamente sentado, sin derroche, y la predisposición mental adecuada del día que ya no era siguiente ─la noche en vela confunde cualquier calendario─. Me aguardaba un ansioso sueño.

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AIRADA GUERRA DE DESTRUCCIÓN TOTAL

Perdonen la apresuración. El ardor del instante ha dado paso a algo cercano a la calma inquieta. Centrémonos en la alquimia obtenida del filme comentado, un sincretismo de montaje mantiene las constantes, afiliaciones, filias, de los años que lo vieron nacer, no hay aparente mesura en lentes entintadas de carmesí, blanco y negro, azul verdoso, un destello color sangre coagulada interrumpe un fotograma estableciendo un resquebrajamiento de retentiva bohemia cuya misión en esos días futuros pasa por recordar en forma de ola encantada los devaneos, prontos, culminaciones, prolapsos, que agrupados ahora acomodan un abanico de pigmentos proveídos por la sombra y llama de esta mente femenina hiladora, nobiliaria. La voz en off sobrepuesta a la moza, proporcionada por Kati Lázár, clara disarmonía en relación al cuerpo, cercana a los cincuenta años, timbre relatando los gozos y umbrías de una joven en la que se encarna, establece así una distancia amable, rarificadora, que ayuda a recibir la experiencia de Lili desde una engañosa serenidad, y a nosotros asumir su travesía como si estuviese narrada en un periodo remoto, a título de balada, cuyo solapamiento con la actualidad resuena y cruje los tintes y cortes del metraje. Mientras otros filmes de latitudes semejantes tienden a dejar escapar su desmesura en grandes angulares, folclore soez y suciedad indecorosa, esta Escuela de los Sentidos opta por limpiar, a la manera de Lili, el polvo, los despojos, con severidad romaní, una guerra contra el desorden (el feo maltrato a ojos ajenos), en tanto resida la esperanza de que la retirada de la porquería ayude al Reino de Dios a establecer asidero en este mundo. Nos llegan estas memorias de cisne imantado al lago, nostálgico por el calor del sur, surcadas de, repetimos, encanto, sugestión: una lectura de cartas, el reconocimiento recíproco de belleza en las manos de otra, un tercer personaje, apodado chica guapa, rubio, de cabello virando entre Monroe y la androginia, aficionada ella a grabar las circunstancias que la rodean, tres hijos violinistas, marido ocupado en asuntos de esquí durante pleno mayo, mes del amor, brindemos por él. Cuando la vida se disuelve entre las luces de una piscina y la primavera anuncia su fin, quizá tan solo unos espíritus ansiosos de plenitud consigan escurrirse y fundirse entretanto Lili y su amante hacen el amor ante este panorama, observados por la chica guapa; encontramos livianos estos primeros momentos de felicidad, mestizos, tan deudores de la atracción por las posibilidades estéticas de su año como de la fabulación entrecortada de una balada atávica. Aquí atesoran el cancionero de los errantes, pronto será atacado por las lentes deformantes de Samael. El momento llegará cuando un cuerpo solo no baste.
          El cine ha atravesado una violencia dúplice, ruborizada de sí misma, timorata y más segura que un trípode incapaz de desenroscar tuercas. Si había querencia por desatar anclajes y volverse luminosa la secuencia, desenfrenada, lo ha hecho cambiando de ropajes, canjea el estatismo dogmático del asceta por la exuberancia farisaica, también estática, del cineasta chic que firma sus iniciales con purpurina y colonia francesa. Reclamamos desde aquí, tras haber visto el filme de Sólyom y drogarnos con él, la verdadera desanudadura de cualquier miramiento, si queremos alumbrar con neones, hagámoslo lanzando la cámara al vuelo, adoptemos los ojos del halcón, tiñamos de negro nuestra voluptuosidad, no la disfracemos con vistas a exhibirla en folleto informativo asignado a fiestas del cine decadentes, ofrezcámosla como Lili, expuesta, paradójicamente cerrada al exterior y con un pequeño agujero desde el cual el resto de mirones pueden colarse y alzar el vuelo en colisión directa con la particular línea de tiempo que nos engarza y maldice. Si queremos usar luminiscencias, mandemos al traste la geometría y confundamos los elementos rítmicos, tornemos a Nuestra Señora de París, seamos patizambos y aturdamos las vidrieras casándolas. Se trata de introducir en la savia corrompida las pulsiones de asesinato que no nos abandonan, pues demasiado queremos ver morir, arder, quebrarse, fundirse con un último fuego en una suerte de fogata sincrética de recuerdos inmolados. Fruto de este proceso emerge el devenir último de la gitana.
          La envidia se cuela en las escenas retrospectivas impulsadas desde la convalecencia infructuosa, celos por la esposa rubia, la que siempre ha estado ahí porque quién no tiene esposa. Lili estaba dispuesta a permitirlo todo salvo su exclusión, la mera repetición de un gesto de cariño ─deslizamiento del dedo índice por la frente a modo de comienzo de genuflexión─ en dicha dama marcará el comienzo de su trayecto en el vagón de la bruja. El parte meteorológico anuncia vuelcos. No se trata de una peonza lo que supervisa la existencia de Lili, sino de una trompa, y se le están escapando sus vueltas, intenta remendar los desvaríos viajando por primera vez en un tren nocturno con literas, siendo masajeada tímidamente, una mano separa el dobladillo de sus bragas dejando ver la carne, permaneciendo solo un rato la extremidad ahí dentro, como si estuviera revisando. Al día siguiente, entre los dos pasajeros sospechosos, semejan tan formales que cuesta imaginarlos impúdicos. De ahí, la violencia no amenaza el poema, pero lo disloca, comienza a horadar la vegetación, a confundir el cielo con el subsuelo, la cruz, el solaz es negro, un desconcierto espacial cercano a la sobreabundancia de eternidad en el instante, cuyo bulbo nada debe a monigoterías del este europeo convertidas en mediocre, inofensivo aparataje simbólico-cinematográfico, aquí se retorna a la vanguardia, a otro tipo de experiencia de raíz, dado el giro al orden natural, construido tecnológicamente un nuevo estatuto de la naturaleza, su vértigo y el delirio resultante. John Cage enuncia: No la percepción de las proporciones de las cosas que están fuera de nosotros sino la experiencia de la identificación con lo que está fuera de nosotros (esto es obviamente una imposibilidad física; por eso es una responsabilidad mental). La cuestión es ir acercándose cada vez más a un televisor que videográficamente captura el momento del accidente en bucle, un coche desviándose de la calzada y dando vueltas por el cielo, con cada repetición, el accidente suma un milisegundo más, en la primera ronda solo lo vemos desviarse, en la última, con la cámara casi tocando el cristal, la explosión se ha completado. En la memoria el incendio debe encontrar su propio ritmo para manifestarse y tomar cuerpo. Constituye este momento el fallecimiento del encanto primigenio, ahora la silla de ruedas moviéndose maniacamente, siendo propulsada por Lili, deserta de su proxeneta griego, intenta dirigirse al punto donde encontrar el socorro celestial, los fotogramas destellantes atan flecos restantes de memoria en un agraciado patrón cadencioso que nos asoma a una oriental demencia lúcida, carente de piedad, apegada a terminar la composición métrica más que a redondear el amor o ceder un perdón a destiempo. Es aquí cuando vuelven los cisnes, diez y siete. Volver a pasar por el círculo, asunto de temerarios.

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Terminado el escrito, retorna la luna. Al estar en el confín del hacerse viejo, siento ya unos pequeños signos de “la fiesta ha terminado”, desatento a ellos sobrevivo el resto del día, recibiendo señales indistintas, confundo saludos, tomándolos por advertencias de estocada. Llego otra vez al dormitorio, la pequeña siesta casi parece dispuesta a irrigarme de flores singulares, una sintonía de serafines inclinados a calmar el cansancio acumulado. Poco dura, la necesidad rápida se colma, displicente al letargo. Me despierto antes de que el portero se quite los ajuares. Continúo solo, y después de una rápida ducha, tomada a regañadientes con el cuerpo en pie, apago las bombillas, tumbado ya en el colchón, tapado hasta el último centímetro del cuello. Así vino a mi mente el norte.

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‘¿Cómo has de andar bien? Esto debe comprenderse de dos maneras según la palabra del profeta que dice: «[Al llegar] la plenitud del tiempo, el Hijo fue enviado» (Gálatas 4, 4). [La] «plenitud del tiempo» existe en dos aspectos. Una cosa está «plena» cuando se halla en su punto final, así como el día está «pleno» cuando anochece. Del mismo modo, cuando todo el tiempo se desprende de ti, el tiempo está «pleno». El otro [aspecto] se da cuando el tiempo llega a su fin, es decir, la eternidad; porque entonces todo el tiempo termina, pues allí no hay ni antes ni después. Allí todo cuanto existe, se halla presente y es nuevo, y allí abarcas, en una contemplación presente, aquello que sucedió, y que habrá de suceder, en cualquier momento. Allí no existe ni antes ni después, allí todo está presente; y en esa contemplación presente estoy poseyendo todas las cosas. Esta es «plenitud del tiempo», y así ando bien encaminado y soy verdaderamente el hijo único y Cristo.

Que Dios nos ayude para que lleguemos a esa «plenitud del tiempo». Amén’.

Sermón XXIV, Maestro Eckhart

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07/04/2022 – PANDÉMICA Y CELESTE

But there are cramps of an entirely other order, when even hardened doctors ─knowing it is not important, only temporary, just a matter of hours─ reach for the Demerol and the needle. It must be so in each lonely degrading thing from which one comes back having learned nothing whatever. There are no conclusions to be drawn from it. Lonely people see double entendres everywhere.

Speedboat, Renata Adler

Buffy the Vampire Slayer Angel Joss Whedon

Ahora que pensamos más con arena en los bolsillos y quedan pocas proyecciones de entrega provistas de bizarría un poco naif taimada, los 90 podrían transparentársenos como algo que salvo en contados momentos no fueron. Todavía recuerdo las tímidas miradas hacia la sección X del videoclub, acompañado de un amigo o solo, pensando en la cercana y peligrosa expedición a la cara malvada, picaresca, del apetito sexual. Mark Hunter en Pump Up the Volume (Allan Moyle, 1990) predicaba por la llenura de las ondas, un virus cual pensamiento sucio invadiendo una mente ordenada, limpia, asediemos el aire. Y allí, salvo algunos arquetipos que hoy nos hacen más cómplice gracia que otra cosa, había un pellizco de saliva y entrega, imposible no excitarse, querer practicar el nudismo indiscriminado y quizá gritar por la noche en el jardín recién podado alguna indelicadeza amena. Sé a ciencia cierta que no pocas veces habrán sido estimulados por montajes epilépticos donde, diría Bill Hicks ─alrededor de los 90─, casi que lo único visionable es un plano detalle de genitales aporreando. Concédanme al menos el privilegio de la duda, pues soy veleidoso hasta con las bacterias: la corrupción sin excepciones del mundo twink, mancillado por venas con demasiada sangre-pelusilla, el achatamiento por repetición incesante de cualquier tipo de star system alternativo, la tristísima falta de pasión en el “acto de procreación” heterosexual. Si albergamos deseos de salvaguardar algo del anegamiento pornográfico lo hacemos con las mismas ideas embrujadas por años y años de ojos entrenados para lubricarse cuando las caras se descomponen de placer construido, cincelado, polivalente, recíproco, cincuenta maneras diferentes de expresar que uno está a punto de alcanzar la pequeña muerte de la que hablaban los franceses. Pequeña salida: uno mismo cogiendo la cámara, filmando su intimidad, intransferible, para él, con su pareja. Disfrute personal, juego interminable, oponiéndose severo a la neutralidad cansina de las marcas.

Pump Up the Volume Allan Moyle 1990

En fin, Ken Sherry, el indeseable pez con branquias de Love Serenade (Shirley Barrett, 1996), ha ganado la partida al siglo. Barry White ya ha pasado a un fugaz recuerdo, y donde antes lo escuchábamos con empacho, antojando ansiosos el cambio a Charlie Rich, ahora lo echamos de menos. Sí, hasta la vista, hermano. Otra concepción equívoca, aquella de, otra vez, esos maravillosos años no pienso repetir el número, como una década en la que el cine independiente americano estallaba de creatividad, talento, oportunidades por doquier. Ustedes entenderán que les llamemos ignorantes y nostálgicos de videoclub Blockbuster ─el mismo que ahora usan los peores filmes para llenar de lágrimas las caras de los nerds adultos─ si tienen la valentía de proclamar semejante afirmación. Aquel decenio, como el que le precedió, tuvo luces y sombras, y las segundas pesan demasiado, nos faltan los dedos de cuatro manos para enumerar sobradas trayectorias lanzadas al traste tras uno o dos filmes prometedores, cuando no maestros, destinadas con la llegada del nuevo milenio a quedar relegadas a subproductos televisivos o a series con pedigrí de canales de cable, decida cómo quiere volarse las sienes. Sherry acechaba, sí, y con su maldito “acto de procreación” a la manera de un gerente del porno abogando por el amor libre, su estela se cernía sobre aproximaciones femeniles frágiles, durando poco más que un suspiro prolongado, pero lo suficientemente distintas como para dilucidar en ellas varias opciones, lupas o prismáticos con los que contemplar el nacimiento y deceso de un edificio de placer y orgullo personal en medio de la marabunta de unos años donde, más que nunca, reinaba el chico de la motocicleta, el sentimiento angst que mandó al garete tantísimas adolescencias. Si el beat resucitó momentáneamente, optó por Cassady y no Kerouac como alter ego.

Love Serenade Shirley Barrett 1996

Recaemos en Canadá. When Night Is Falling (Patricia Rozema, 1995) presenta su drama despojado de tridimensionalidad-cargada-de-pasado-profundidad-aparente etece etece. Entramos al filme y ya aprendida bien la lección ─a base de amontonar metrajes por encima de otros porque no podemos esconder la pervertida voracidad que nos subyuga a la hora de enfrentarnos al cine─, a los diez minutos entendemos que el entendimiento habrá que volcarlo en la nieve que acecha el paisaje, en una atmósfera a la que el filme de Rozema no apuesta todas sus cartas sin pudor entregando el visionado del metraje a una suerte de clímax estético e identitario, esto no lo hace, pero dicha atmósfera empapa los segundos con una franqueza y calor tan intensos que mejor no cargar las tintas en insinuar las vidas pasadas de santas cayendo del trapecio, estrellándose con la flecha del amour fou lanzada por Petra en una especie de sesión mañanera haciéndonos recordar los patines atados al atuendo monotono Feuillade de Céline et Julie vont en bateau (Jacques Rivette, 1974). Diríamos que el frío canadiense no ha lugar a las divagaciones o monomanías de un filme como High Art (Lisa Cholodenko, 1998), al que no le falta inteligencia, cálculo, al fin pillería y honestidad, pero, de nuevo, no venimos a por lo que comúnmente apelamos relaciones complicadas, exigimos el cuento, y el cuento ya nos lo sabemos, démelo pues rodeado de la apreciada carga de presente, déjeme hacerme una idea de la geografía, e instáleme en su territorio. El filme de Rozema destaca por su descarada falta de cinismo, su sinceridad desmedida en un discurso transparente que se vuelve incógnito en similar medida con la que posamos la mirada en la leña al empezar a surgir el fuego y crepitar la hojarasca: conocemos las leyes de la selva, aún conservamos los conocimientos para avivar las llamas; nada de eso ocasiona que el hecho de mirar el acto vaya en dirección contraria a un patente sigilo ancestral, el fugaz interrogante de un proceso cuya consumición es hermosa, calmante, hogar, dulce hogar. When Night Is Falling nos da otro espejismo Camel, un acto natural noble desenredándose de las fauces de la tierra en busca de migración. La historia de Petra y Camille engalga sus raíces en el viejo carnaval llegando al Pasaje de la Desolación, portando cuero, pieles, malabaristas, sombras alveoladas, problemas eléctricos, ya saben, Ezra Pound y T.S. Eliot se pelean en el puente de mando. Qué más desean preguntar. Los calvinistas no pueden hacer el amor de pie, eso quizá les conduzca a bailar. El ansia de Rozema se insinúa sin mayores rodeos, su cine acaece entre dos estaciones, en rastreo de un nuevo hogar, diferentes fuegos, en el momento en que los pájaros se reagrupan con la celeridad funcional de un arbolado, es hora de recoger los restos, sonreír con el recuerdo del calor, y seguir viviendo dejando que cale todavía más el ambiente canadiense que nos ha hecho asistir a uno de esos amoríos tempranos en los que no había que hacerse demasiadas preguntas sino permitir cerrar la incerteza de la mente y dejar traspasar el más llano cariño. En el norte, afirmamos.

When Night Is Falling Patricia Rozema 1995

Hora de aplanar este cine de atmósfera dramáticamente bidimensional, sentimentalmente expedito, noble, y fondear en aguas purísimas, esas de una vez cada diez años, etiqueta beso de chef. Kissed (Lynne Stopkewich, 1996) supone una de las mayores destilaciones 90s que el cine ha encomendado al clero. Señalo a multitud de farsantes con pocos miramientos, habiéndose pasado la mitad de su vida observando por encima del hombro la rareza, en pleno 2022 afirman vivir en un idilio continuo con esa rareza, la misma que había sido objeto de orgullo grupal, al hacerla de menos, durante aquellos años en los que leer un relato de Flannery O’Connor podía cambiar la campiña sensitiva de una chavala. Esa moza, demasiado polifónica para que la llamasen gótica, extraña, bailarina, entregada a las sensaciones pidiendo pocas cuentas, regresa hoy bajo el nombre de Sandra. El asesinato más dulce de una ardilla listada lo provocaron sus gélidas manos, pronto propuestas por el destino a encontrar calor en los rincones más pompafunebrescos. Cada espacio capturado con ligera frontalidad-pocos rodeos en Kissed rezuma el olor de justo una estancia que retorna ahora sin ofrecernos morriña, recordándonos las otras espesuras ─más personales que en el filme de Rozema─ en las que nos caímos sin posibilidad de rescate con ocho años, aludiendo a aquellos bares anónimos, habitaciones maderadas, descampados quizá sospechosos. Las zonas negativas que vieron nuestros cuerpos crecer y corromperse con gracia anónima de marginados de segunda fila, antes de las reuniones masivas, horrorosas, de inadaptados con camisetas de marca, tiempo atrás, en un mundo con agujeros de gusano colocados en medio de un campus. Esto es lo que buscábamos. Un ejemplo en bruto de un imaginario, punto negro de los 90 ─hemos vuelto a nombrarlos─, que se ha ido para siempre del tiempo. Recordamos Buffy the Vampire Slayer (Joss Whedon, 1997-2003) en sus primeras temporadas, aquellas que sí o sí tuvimos que ver en televisores cuadrados de tubo, el Bronze, los bailes con Angel, el cementerio, sensación de vivir, sin duda, América sin filtros ni escondrijos para ocultar el cartón. [Hotel (Jessica Hausner, 2004) lo intentaba con respecto a su nueva década y país, pero vaya, ahí la cosa se codificaba, ya entrábamos en estilemas de distanciamiento y demás peroratas, bastante honorable hasta el final en su negativa a ir más allá de tres patrones, pero, maldita sea, había estilemas demasiado fuertes que paraban en seco el brillo del diamante]. Contagia apetencia de derribar nuestra condición masculina, sentirnos apátridas en celo a punto de fenecer viendo Kissed, canciones radiofónicas, el novio, Matt, la pasión por los animales muertos, un prólogo destilado, sin rellenos florales, de una infancia tocada por la varita mágica de Jezabel. Aquí vemos pertinente retomar la palabra imagen. Este filme pisa la tierra que The Rapture (Michael Tolkin, 1991) no se atrevía a hollar. Donde la cicatriz de Angie era el punto límite en el que The Rapture se replegaba en su segundo y tercer acto moralistas, predecibles, esta insiste en esos escenarios de vida paralela canadienses incrustadísimos en el imaginario noventero, persevera en la existencia de una condenada pulsión, el filme irá de eso y poco más, procurar sacar algo feérico y gótico en un sentido directo, no en el de maquillajes coyunturales  ni superficialidades departamento de maquillaje camp, no departimos sobre un filme pop, tratamos una manera en mostración de entregarse al mundo y a las emociones tabú que escudriña arrebato, éxtasis, acabar bailando abrazados a nuestra perversión con una canción fechada y dar gracias a Dios de que podamos sentir placer a la vez naif, subversivo, teñido de malditismo sugestivo. En verdad nos parece un filme bello. Estos son nuestros años 90, con su franqueza bidimensional, sin espejismos ni trileros. Terminamos con ganas de cerrar la puerta e idear un nuevo pecado venial.

Kissed Lynne Stopkewich 1996

(5) y (6) “Diccionario de tópicos, lugares comunes e ideas recibidas” por José María Latorre; de la O a la Z

Dirigido por… sección Travelling    
José María Latorre

De la A a la E
De la E a la O
De la O a la Z

(5) Nº 247 ─ junio 1996  

A la famosa «otra vuelta de tuerca», frase que podría ser considerada casi como una invitada de honor en numerosos comentarios críticos, le cabe la suerte de encabezar la quinta entrega de este pequeño diccionario, que llega hoy hasta una figura literaria (curiosamente) habitual en ellos: William Shakespeare.

Otra vuelta de tuerca: Frase que podrán leer a menudo. The Turn of the Screw. Cedo la palabra a Augusto Monterroso: «en lugar de “La vuelta del tornillo”, que no quiere decir nada en español, (José) Bianco (primer traductor al español de la famosísima novela de Henry James), cambió sabiamente “la” por “otra” y “tornillo” (screw) por “tuerca”, con lo que “Otra vuelta de tuerca” quiere decir mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa extraña expresión como si todo el mundo (y ellos mismos) supieran su significado (…) Aunque no diga nada en nuestro idioma, “Otra vuelta de tuerca”, y se acabó (…) Otros cometen el disparate de soltar ese dicho en contextos que no tienen nada que ver».

Pasión de Juana de Arco, La: Hecha a base de breves primeros planos. Robert Bresson, un cineasta místico.

Peckinpah, Sam: Realizador de westerns crepusculares. Comentar la violencia del «cine de» Peckinpah y la utilización del ralentí. Vitalista, mujeriego; hombre (y realizador) de frontera; le gustaba emborracharse.

Perdedores: Personajes que, según dicen algunos, pueblan los filmes realizados por John Huston. Si en El hombre que pudo reinar existen perdedores se debe a Huston, no a Kipling, ya que, entre otras cosas, suele decirse que las adaptaciones llevadas a la pantalla por Huston «independizan» su discurso del que aparece en la obra adaptada.

Pfeiffer, Michelle: Gestualidad felina.

Piano, El: Película de gran sensibilidad femenina. Por tanto, no gusta a los espectadores «machistas».

Preminger, Otto: «El cineasta de la objetividad». «Su» mejor película es Laura.

Preñar: Verbo ideal para incluirlo, sin decir nada, en una crítica que tampoco diga nada, hueca, hinchada pomposamente: por ejemplo, «… preñan la puesta en escena… ».

Pretenciosa: Se dice de una película cuando ésta aburre al crítico o tal vez le hace pensar demasiado (también cuando no la entiende); sin embargo, es frecuente que ese mismo crítico se queje de lo ligeros que son muchos films realizados hoy.

Puesta en escena: En los años sesenta se llenaron centenares de páginas en revistas de cine intentando definirla y nadie lo logró de forma convincente; hoy se utiliza como un latiguillo o un término heredado (otro): puesta en escena detallista, estilizada, minuciosa, etc.

«Pulp»: Tras haber visto Pulp Fiction, hablar con familiaridad de las revistas «pulp», como si uno hubiera crecido leyéndolas a diario y las conociera profundamente.

Psicológica: A veces se dice «introspección psicológica» (?!).

Pulsión: ? (Consulten el diccionario de la lengua española).

Punta del iceberg: Dejemos ya esta manida fórmula de expresión para uso exclusivo de tertulianos (uno de esos que deben creer que son Tom Wolfe y tratan de imitar su forma de vestir).

Quimera del oro, La: Su duración es de 82 minutos, pero citar siempre las mismas escenas: el vagabundo comiéndose sus botas, la danza de los panecillos y la cabaña al borde del precipicio.

Ray, Nicholas: «Un cineasta lírico». «Poeta de la imagen».

Reescritura (del cine): La hacen Scorsese y los hermanos Coen; otros (preferentemente Steven Spielberg) no reescriben: copian las viejas películas.

Realidad: ¿Dónde acaba la ficción y empieza la realidad? («¿Dónde acaba el teatro y empieza la vida?»). La realidad es más poderosa que la ficción. La realidad supera a la ficción.

Reflexión: Decir de un film que «es una reflexión sobre… », o que «el autor reflexiona sobre…». Dispone de muchas variantes, pero las más habituales son «una amarga reflexión», «una reflexión crítica» y «una reflexión filosófica» (!!!). Es una de las palabras más utilizadas por los comentaristas: además de «apropiarse de… » o «utilizar a… », los cineastas, según aquéllos, siempre reflexionan.  

Renoir, Jean: No olvidar citar al padre, Auguste, y decir que fue «gran pintor». Ha influido mucho en los cineastas de la nouvelle vague. «Pinta la naturaleza con la cámara». La carrosse d’or: «¿dónde acaba el teatro y empieza la vida?» (véase realidad).  

Resnais, Alain: «El cineasta de la memoria».

Ritmo interno: Para algunos críticos, si no lo tienen los planos de una película, es que es mala (no se sabe cuál será el ritmo externo: ¿el de la discoteca emplazada en los bajos del cine? [A.W.]).

Road Movie: Cuando los personajes de un film viajan por carretera. Excluir de la etiqueta las películas europeas y las americanas antiguas: para sus fans es un reciente invento U.S.A. que algunos cineastas europeos han incorporado hoy.

Rocambolesco: Aplicarlo en sentido peyorativo sin haber leído, ni aun por curiosidad, a Ponson Du Terrail, creador de Rocambole.

Rohmer, Éric: «Autor de cuentos morales, comedias y proverbios y cuentos de las cuatro estaciones». Como prueba de que es (cada vez más) joven, rueda en dieciséis milímetros.

Romanticismo: Término absolutamente vulgarizado. Drácula, escrito por Hart y rodado por Coppola. Dícese a menudo de las películas con pareja dentro en las que se cuenta una historia de amor y se dice «te amo». «Comedias románticas»; también Meg Ryan.

Rossellini, Roberto: Inventor del neorrealismo. Todos los directores italianos le deben todo. Buscar influencias de Rossellini. «No se puede vivir sin Rossellini». Hizo cine didáctico.

Schrader, Paul: Estilo trascendental. Fascinado por Bresson y por el cine japonés.

Schwarzenegger, Arnold: «Me gusta más que Stallone porque sabe ser autoirónico».

Serenidad: Dícese cuando un realizador mueve poco la cámara; también suele aplicarse cuando ya ha cumplido setenta años y sigue haciendo cine.

Serie B: Parece que esta expresión se utiliza a menudo sin saber muy bien lo que fue; hoy se suele recurrir a ella para definir un cierto tipo de films que no parecen haber costado muchos millones de dólares, sin tener en cuenta que la serie B ya no existe: desapareció a la vez que el sistema de producción, en forma de fábrica, de los grandes estudios americanos. Hoy, una película barata no es serie B: serie B eran, p. ej., El demonio de las armas El reinado del terror, pero no puede ser, no es, pongo por caso, Posesión infernal.

Serie Z: Si oyen hablar de ella no hagan caso: como George Kaplan, nunca existió.

Shakespeare, William: El mejor adaptador de Shakespeare ha sido Orson Welles (lo afirman incluso cinéfilos que jamás han leído a Shakespeare, quienes dan por buenos el lugar común y los escritos que hablan de las puestas en escena teatrales de Welles, que ellos, y muchos de los que hablan de ellas, no han podido ver). Citarlo y no leerlo.

Continuará

***

(6) Nº 249 ─ septiembre 1996  

La sexta y, por el momento, última entrega de este diccionario está encabezada por la figura de un cineasta sobre el que se han vertido no pocos tópicos, Douglas Sirk, y termina con el nombre de otro cineasta bastante reputado en su momento y del que hoy, empero, no se oye hablar mucho: William Wyler.

Sirk, Douglas: Hablar de los espejos en el cine de Douglas Sirk y de la influencia de éste en Fassbinder.

Sombras y luces (o luces y sombras): ¡No repetirlo más, por favor!

Spielberg, Steven: «El rey Midas de Hollywood».

Sueño eterno, El: «Yo no la he entendido». Nadie la entendió mientras la filmaban, ni siquiera Hawks. ¿Quién mató a quién?.

Teatral: Se considera, junto a literaria pretenciosa, uno de los mayores insultos que se puede proferir contra una película. Está bien visto, sin embargo, decir que es musical, pictórica, o poética (aunque pocos críticos de cine sean lectores de poesía y, por supuesto, no posean demasiados conocimientos de música).

Televisión: «El cine no debe verse en televisión (ni en vídeo)». Pero luego preocuparse de amontonar en casa centenares de grabaciones en vídeo para verlas en el televisor.

Tercer hombre, El: Se nota la mano de Orson Welles en la realización. Alguien ya ha llegado a decir lo que yo preveía desde hacía tiempo: que lo rodó Welles. Imprescindible citar la música de cítara y decir que Anton Karas era un músico ambulante que casualmente encontró Carol Reed (al parecer, por una vez no fue Welles). Ojo, sobre todo no olvidar repetir aquello de que «en Italia, bajo los Borgia, tuvieron guerra, terror, asesinatos y sangre, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento; en Suiza tuvieron amor, fraternidad y quinientos años de democracia y paz, ¿y qué produjeron?: el reloj de cuco».

Terciopelo azul: «Este es un mundo extraño».

Terror (cine de): Género floreciente en épocas de guerra o de recesión económica.

Testamento: Última película rodada por un director que gusta mucho a un crítico (aunque a veces sea su última película sólo por azar; es decir, que el director haya muerto después del rodaje y pensara seguir trabajando).

Thelma y Louise: «Un film feminista». Si a un espectador masculino no le gusta, eso significa que es machista (ver El piano).

Thompson, Emma: «Una actriz muy inteligente y con gran sentido del humor». Sensibilidad. También «sensibilidad femenina».

Tourneur, Jacques: Volver a escribir lo mismo de siempre a propósito de la escena de siempre: por ejemplo, la de la piscina en La mujer pantera.    

Tramposa: Afirme con suficiencia «esta película es tramposa» y no diga por qué. Es una de las descalificaciones más habituales que salen de boca del crítico y suele «colar» porque nadie hace preguntas al respecto para evitar ser tomado por tonto.

Transparente: Se dice cuando el estilo de filmación es sencillo, hay pocos movimientos de cámara y los encuadres no son ampulosos (la-transparencia-de-la-puesta-en-escena).

Trascender: Lo hacía Orson Welles adaptando determinadas novelas al parecer «indignas-de-su-talento» (El cuarto mandamiento (!!!), La dama de Shanghai, Sed de mal). No se dice eso mismo cuando adaptó a Kafka y a Shakespeare (aquí, hace más fino hablar de apropiación).

Trilogía: Sin trilogía no hay «autor» que se precie. Si no la tiene, es preciso inventarla y hacer creer que eso es «el no va más» de la autoría: basta con citar tres films, consecutivos o no (mejor que lo sean), rodados por él, y emparentarlos aun a la fuerza.

Trilogía Kieslowski: Azul, Blanco, Rojo: cada película corresponde a un color de la bandera francesa.

Truffaut, François: El más sensible realizador surgido de las filas de la nouvelle vague (variante: el más sensible realizador francés): amaba al cine americano, a las mujeres ya los niños; en Fahrenheit 451La novia vestía de negro utilizó la música de Bemard Herrmann como prueba de su amor por el cine de Hitchcock. Testimonio de su amor por el cine: La noche americana. Autor del mejor libro sobre cine jamás escrito («Le cinéma selon Hitchcock»).

Ultimátum a la Tierra: «Klaatu barada nikto». En el fondo, estética de cine negro. Su mensaje era pacifista.

Universo: Lo tienen los «autores» cinematográficos; al parecer, no el resto de los mortales.

Utilización: Los actores, la música, la fotografía, etc.: de todo ello se dice que es utilizado por el director.

Verdad (En busca de la): El personaje (o el director) en busca de la verdad. Típica frase propia de críticas farragosas que pretenden ser profundas y en realidad, leídas con atención, no dicen nada y no son más que una acumulación de palabras y frases rimbombantes.

Vidas cruzadas: Altman «sintoniza» con el espíritu de Raymond Carver. «Lo hace suyo». Se dice de cualquier película que sea una adaptación literaria y haya gustado al crítico, aunque éste no haya leído la novela, la obra de teatro, el cuento o, como en este caso, los cuentos. (Si el crítico es un fan del director, entre los latiguillos utilizados suele aparecer ese de «supera a su antecedente literario»suele suceder con Huston).

Visconti, Luchino: Refinado, aristócrata, de buen gusto. Muerte en Venecia es una extraordinaria muestra de su sensibilidad artística. Como he dicho antes, al hablar de esta película es imprescindible citar la música de Mahler. Le gustaba Verdi. Senso empieza en el Teatro La Fenice de Venecia con una representación de Il trovatore. Hablar bien de sus montajes teatrales y operísticos sin haberlos visto. Para algunos, a él se debe la invención de la frase «Es preciso que todo cambie para que todo siga igual»ideal para tertulianos radiofónicos en horas de frenesí. Para otros, no sabía rodar.

Visión del mundo: Se dice que la tiene un autor cinematográfico, dando por supuesto que los demás mortales no.

Von Sternberg, Josef: Puesta en escena barroca. Creó a Marlene Dietrich.

Welles, Orson: El Genio del Cine. Hombre renacentista. Ha sido el mejor adaptador de Shakespeare al cine. ¿Se han enterado de que su emisión radiofónica de «La guerra de los mundos» de Herbert George Wells conmocionó a América porque era tal, al parecer, su fuerza que los radioyentes creyeron que se trataba de una invasión real de marcianos? Hablar de la profundidad de campo en Ciudadano Kane.    

West Side Story: Lo mejor son los números musicales.

Western crepuscular: Término que se aplica a la mayor parte de los westerns rodados desde Duelo en la alta sierra. Es preciso que los personajes comenten a menudo que se sienten fatigados (en ese film enseñaban, además, los calcetines viejos).

Wilder, Billy: Acidez, corrosividad, humor «vitriólico». «Nadie es perfecto».

Wyler, William: «El jansenista de la puesta en escena».

Podría continuar. De hecho, debería continuar. O, diciéndolo al modo de Godard, este podría ser el «final de un principio».

Tópicos José María Latorre 6

(3) y (4) “Diccionario de tópicos, lugares comunes e ideas recibidas” por José María Latorre; de la E a la O

Dirigido por… sección Travelling
José María Latorre

De la A a la E
De la E a la O
De la O a la Z

(3) Nº 244 ─ marzo 1996  

No está de más empezar esta tercera entrega con la palabra envidia y acabarla con un clásico del tópico, kafkiano, que debemos agradecer a una mala digestión de “El proceso” de Franz Kafka a través de Orson Welles.

Envidia: Es lo que, según algunos, sienten quienes no aprecian nada lo que ruedan José Luis Garci (también sus cursis productos televisivos) y Pedro Almodóvar. También, se afirma: deporte nacional por excelencia. «En España no gusta lo nuestro (…) Los españoles no soportamos el triunfo de los nuestros». Etc. Una buena forma de no admitir más que el aplauso. ¡Abajo la disidencia! ¡Prohibido pensar!

Etiquetas: Pegarlas a lo que sea sin preocuparse de su significado (¡como todos lo hacen así…!): generación X, realismo sucio… Más tarde, quejarse de que todo se etiqueta, pero aun así seguir etiquetando.

Fassbinder, Rainer Werner: Realizador alemán influido por Douglas Sirk; rodó demasiadas películas (acotación personal: ¿por qué diablos se afirma con tanta seguridad que no es bueno rodar demasiados films, escribir demasiadas novelas o pintar demasiados cuadros, cosa que dicen, por cierto, quienes no hacen una cosa ni otra?, ¿por qué no acusan de eso mismo a Woody Allen, en un terreno, o a Manuel Vázquez Montalbán, en otro, ambos mimados por la crítica? ¿ Por qué no lo dicen de Pablo Picasso?).

Fellini, Federico: «Su mundo era circense»; a las películas que filmó se las llama fellinianas; suele hablarse de mundo felliniano. La peor es Giulietta degli spiriti. «Provinciano con genio». «Las orgías romanas finales de Dos semanas en otra ciudad valen por toda La dolce vita, que además es muy aburrida».

Festival de San Sebastián: una edición de transición, de crisis [A.W.]

Festival de Valladolid: Serio y riguroso [A.W.]

Ford, John: ¿Era un hombre de derechas o de izquierdas? ¿Fue militarista o antimilitarista? Rodó Mogambo porque tenía ganas de pasar unas vacaciones en África. Contar una vez más la anécdota de que Ford recuperó los días de retraso en un rodaje arrancando varias páginas del guión. «Me llamo John Ford y hago películas del Oeste».

Franquismo (Cine español del): Se fue injusto con él. Se le tenía manía sólo por cuestiones ideológicas. En realidad eran muy buenas películas. Hasta el “Nodo” era bueno.

Frears, Stephen: Hipercrítico con la Inglaterra thatcheriana.        

Fuller, Samuel: Fascista. Un director violento. No olvidarse de la famosa cita: «Una película es como un campo de batalla: amor, odio, acción, violencia, muerte…».          

Garbo, Greta: La “divina”; la mejor actriz de la historia del cine; Ninotchka: ¡Greta ríe!

Garci, José Luis (y Pedro Almodóvar): Si no te gusta lo que ruedan Garci (o Almodóvar) es por envidia: «en España se envidia a quien triunfa» (preguntas personales: ¿qué es el triunfo?, ¿tiene algo que ver el triunfo con la calidad, el triunfo con el arte?: pienso en Van Gogh en vida, o en Flann O’Brien, o en Dallapiccola: ¿no estaremos hablando más bien de popularidad?. ¿Se acuerda alguien hoy de la popularidad de Harold Robbins o de Maxence Van der Meersch?      

Género: mencionar siempre las “claves” del género; de algunos directores considerados autores se dice que hacen “incursiones” en un género [A.W.]

Godard, Jean-Luc: Es el cine (¿fue el cine?); uno de los padres de la nouvelle vague; tics y citas cultas: boutades: pedantería.

Guión: Un libreto que todos parecen haber leído cuando hablan de un film. Se dice que es un buen guión o un mal guión, pero en realidad sólo los que han hecho la película saben la relación que mantiene el producto acabado con el guión original.

Guionista: Cuando la película gusta, nadie se acuerda de él; a la inversa, si la película no gusta, todas las culpas recaen sobre su persona.

Gutiérrez Aragón, Manuel: Hablar de la magia de las películas que rueda Manuel Gutiérrez Aragón; los títulos de los últimos films que ha realizado son muy finos.

Hawks, Howard: Filmaba la altura de los ojos del hombre. Sus mujeres eran muy viriles. Rodó «cuatro ríos» (Río de sangre, Río Rojo, Río Bravo, Río Lobo); inexacto: el título original de Río de sangre es The Big Sky, algo así como El gran cielo. Profesionalidad. Virilidad.

Hepburn, Katharine: La gran flaca. Excelente actriz de comedia, a menudo formó pareja con Spencer Tracy.

Historia: Es lo que traicionan las películas «históricas».

Hitchcock, Alfred: El mago del suspense. Decir: hitchcockiano. Tenía miedo de la policía por culpa de su progenitor, quien, para asustarle, pidió que encerraran un rato a su hijo en la celda de una comisaría. Cortina rasgada y Topaz son anticomunistas. La mejor película de Hitchcock es Vértigo (hablar de la espiral y “Tristán e Isolda” y citar a Eugenio Trías, quien habló del film antes de convertirse en paladín de José María Aznar). La secuencia del asesinato en la ducha de Psicosis fue rodada por Saul Bass. Llamarle don Alfred o Hitch (pero no llamar Minn a Minnelli ni Hath a Hathaway). Explicar qué es el macguffin y la anécdota de la rubia fría que de repente echa mano a la bragueta del galán. Su musa fue Grace Kelly. Era un obseso sexual.

Hollywood: «La Meca del cine».

Homosexualidad: Cuando sale en la conversación el nombre de un director homosexual, referirse a su fina sensibilidad [A. W.].

Huston, John: Bebedor, fumador, vitalista, bon vivant: hacía cine sobre personajes de perdedores (!). Welles dijo de él que era más interesante como persona que como realizador. Filmó El último de la lista para disfrutar unos días de vacaciones en Irlanda con los amigos y dedicarse a la caza del zorro; rodó La reina de África para poder ir de caza mayor.

Imagen: «Una imagen vale más que mil palabras» (!!!)

Inestimable: Adjetivo que suele aplicarse para citar a continuación a un colaborador del realizador por quien el crítico siente aprecio: «la inestimable colaboración de…».

Jazz: Fue Alex North quien introdujo el jazz como apoyo dramático en la música de cine (si lo oyen o leen, no se lo crean).

Johnny Guitar: Citar los famosos diálogos: «¿A cuántos hombres has amado?», «miénteme, dime que me has esperado estos años», etc. y alabar la agudeza de Nicholas Ray sin tener en cuenta que las frases en cuestión se deben al trabajo de Philip Yordan.

Kafkiano: Quienes no han leído a Kafka y sólo lo conocen a través de la adaptación de El proceso que filmó Welles identifican kafkiano con enrevesado, laberíntico, incomprensible, severo, confuso, oscuro. Algunos se sorprendería del sentido del humor del escritor (lean, por ejemplo, América).

 

Continuará

***

(4) Nº 246 ─ mayo 1996

Dos actores y directores desaparecidos, Genne Kelly y Laurence Olivier se encargan de abrir y cerrar, con aires de musical y de teatro y cine shakesperiano, la cuarta entrega de este pequeño diccionario.

Kelly, Gene: Junto con Stanley Donen, revolucionó el cine musical: cambió la teatralidad del decorado del musical de los años treinta por el rodaje en escenarios naturales.

King Kong: el mito de «la-Bella-y-la-Bestia». Refleja la angustia de los días de la Gran Depresión. “No han sido las balas lo que le han matado, ha sido la belleza de una mujer». Citar con tono de experto los grabados de Gustavo Doré y el cuadro de Böcklin «La isla de los muertos».

Kurosawa, Akira: Es el más occidental de los directores japoneses. También: el John Ford japonés. Ha alternado films de época con otros de temática actual. Profundo conocedor de Shakespeare y, en general, de toda la literatura occidental. Intento de suicidio. Por si alguien no lo hubiera leído nunca antes de ahora, recordar que Siete samurais fue vertida al westem con realización de John Sturges y con el título de Los siete magníficos.

Lang, Fritz: Su «puesta en escena era geométrica».

Lanza: «Rompo una lanza por…».

Lewis, Jerry: «La-rebelión-de-los-objetos» (también Tashlin y Tati).

Literaria: Expresión usada, por lo general, para descalificar un film: es «literario». Suele decirse cuando los personajes hablan mucho y, por una vez, dicen cosas interesantes (no se dice de las realizaciones de Joseph L. Mankiewicz, porque a éste se le ha concedido el título de cineasta y sus diálogos son «inteligentes»: véase Mankiewicz), o también ante determinados recursos expresivos como la voz en off.

Lo que el viento se llevó: «A Dios pongo por testigo de que nunca volveré a pasar hambre» (comentar la frase con alborozo).

Lubitsch, Ernst: Citar el «toque Lubitsch» sin explicarlo; destacar las puertas que se abren y cierran; citar siempre al actor Edward Everett Horton y decir que «hacía de» mayordomo.

Maldito: Dícese, por lo general, cuando un director de cine gusta a un crítico, o a varios críticos, y éste o éstos se quejan de que no se le aplauda todavía más de lo que se le aplaude; en España, el prototipo del eterno maldito es, al parecer, Fernando Fernán Gómez (acotación personal: ¡vaya eterno maldito!; por lo que a mi memoria personal respecta, lo he visto aplaudido y encumbrado desde mi infancia, cuando iba a los cines de barrio; es uno de los actores y realizadores más conocidos, populares y sobre quienes más se ha escrito, que más suele gustar, que más se suele premiar y cuyo nombre aparece en más lugares; sólo falta que le dediquen calles).

Malvado Zaroff, El: Afirmar que la presencia de un personaje femenino (que no aparece en el relato de Richard Connell) introduce erotismo en esta película. Al contrario, cuando se hace en otras adaptaciones en cuyos originales no aparecen mujeres, hay que afirmar que se trata de un añadido comercial.     

Mankiewicz, Joseph L.: Sus diálogos eran muy inteligentes; hombre culto, (A.W.: «intelectual: fuma en pipa»), amante del teatro.

Mann, Anthony: Excelente director de westens; hay que destacar su utilización del paisaje. Hombre del oeste es como una tragedia griega (¿por qué siempre hay que decir griega?).

Masina, Giulietta: Imitaba a Chaplin. Payasa. Actriz sobrevalorada. Su estrella fue eclipsada por el brillo de su esposo Fellini.

Melville, Jean-Pierre: Decidió adoptar el nombre de Melville en homenaje al novelista Herman Melville (y añadir: «el escritor de Moby Dick»).

Microcosmos: Aplíquese al conjunto de personajes y decorados de un film cuando éste ha sido realizado por un «autor».

Minnelli, Vincente: Un director refinado, elegante, de buen gusto, a quien le gustaba la pintura, y experto en musicales (aunque también fuera grande en comedias y melodramas): hablar de los colores rojos en Minnelli y de la utilización pictórica del color (fruto, es forzoso decirlo, de los directores de fotografía y del asesor de color: en la M.G.M., a menudo Charles K.Hagedon). El «esclavo enjaula de oro» (la Metro).

Mizoguchi, Kenji: Fina sensibilidad oriental, es decir, no necesariamente homosexual [A.W.]. Para pasar por un gran entendido, hay que manifestar que se prefiere La calle de la vergüenza Cuentos de la luna pálida, porque de ésta hablan casi todos y, sin embargo, nadie lo hace de aquélla.

Monstruos japoneses: Decir con tono de enterado que es un género llamado kaigu-eiga.

Monroe, Marilyn: Decir siempre Marilyn, nunca Marilyn Monroe. Era mucho mejor actriz de lo que se creía. Una víctima de Hollywood. Reina de la pantalla. Citar siempre Niágara, la secuencia de las faldas levantadas por la rejilla del aire en La tentación vive arriba y el chorro de vapor que expulsa la locomotora a su paso en la estación de Con faldas ya lo loco. Encarnación de la naturaleza. Cuando ella estaba en pantalla, las películas ganaban.

Música de cine: La buena música de cine no debe notarse mientras se ve la película; siempre es un elemento secundario; un crítico «serio» no debe fijarse en ella: es una frivolidad (aunque quienes hacen cine le den importancia); destacar, empero, la de Prokofiev para el cine de Eisenstein (que, por lo demás, suena tanto y tan fuerte como en un concierto); citar Ascensor para el cadalso porque detrás de ella está el nombre de Miles Davis, y cualquier otra película de hoy mismo que contenga música de estrellas del rock; no olvidar hablar de la de Gustav Mahler utilizada por Visconti en Muerte en Venecia.

Musical (cine): Los argumentos son aburridos e insignificantes, pero (!) los números musicales impiden seguir el argumento: lo interrumpen [A. W.]. El «musical» expresa la alegría de vivir.

Nouvelle vague: Sacó por primera vez las cámaras a las calles para rodar con amiguetes; movimientos de cámara en mano; por primera vez también se percibía en el cine el latido de la vida ciudadana (acotación personal: ¿y qué hicieron, sino eso, en tantas películas italianas de los años cuarenta, no sólo en las que realizó Rossellini?). Rodaje alegre, fresco, desprejuiciado, joven.

Oliveira, Manoel de: “…este joven de ochenta y… años” (añadir años a medida que se vaya redactando nuevas críticas de films realizados por Oliveira).

Olivier, Laurence: Excelente actor de teatro, pero menos de cine (aunque nadie le haya visto actuar en teatro). Sus adaptaciones de Shakespeare eran excesivamente teatrales. Cada vez que se hable de alguna de ellas, comparar con las de Welles y afirmar que las de éste eran mucho mejores.

Continuará

Tópicos José María Latorre 4

 

(1) y (2) “Diccionario de tópicos, lugares comunes e ideas recibidas” por José María Latorre; de la A a la E

Dirigido por… sección Travelling
José María Latorre

De la A a la E
De la E a la O
De la O a la Z

(1) Nº 242 ─ enero 1996  

«Mire usted, como la realidad siempre supera a la ficción y vale más una imagen que mil palabras, a la hora de la verdad rompo una lanza por aquella asignatura pendiente que significó otra vuelta de tuerca e impidió que se fueran de rositas y pudiéramos vivir la crónica de una muerte anunciada». Por supuesto, esta frase es una exageración, pero probablemente sonará familiar a oídos de cualquiera que alguna vez en su vida haya tenido la ocurrencia desdichada de perder un rato de su vida escuchando una tertulia radiofónica o haya intentado leer artículos periodísticos sobre temas políticos. Estamos en el terreno de las frases hechas, del lugar común, de los tópicos, de los clichés, de los “latiguillos” (Academia Española: expresión sin originalidad, empleada frecuentemente en la conversación), de las ideas recibidas, que tan a menudo sirven para ocultar la pereza mental, para rechazar el noble ejercicio de la dialéctica y para demostrar la escasa o nula capacidad intelectual de quienes así se expresan. Se trata de una práctica que también resulta habitual en el ejercicio de la crítica de cine y en la que todos hemos caído alguna vez en mayor o menor medida. Por eso me ha parecido oportuno ofrecer a los lectores de Dirigido una especie de diccionario de tópicos, lugares comunes, ideas recibidas, o latiguillos, con el doble propósito de ofrecer un entretenimiento para horas sombrías y advertir sobre la necesidad de andar con cuidado a la hora del uso de palabras, etiquetas y clichés que aburren ya hasta a las piedras. Se trata de una selección y, por lo tanto, el diccionario queda abierto a añadidos ulteriores. Debo la idea a la feliz ocurrencia de monsieur Gustave Flaubert, quien, al término de su “Bouvard y Pécuchet”, insertó un “Diccionario de las ideas recibidas” que, todavía hoy, no tiene desperdicio (cuatro ejemplos: jansenismo: no se sabe lo que es, pero resulta elegante hablar de él; prosa: es más fácil de escribir que los versos; Maquiavelo: no haberlo leído, pero considerarle un canalla; feudalismo: no tener una idea exacta de lo que fue, pero denigrarlo).

Dos advertencias. Hace algún tiempo le hablé de este proyecto a Antonio Weinrichter, quien se mostró interesado en colaborar. La tarea tuvo que ser pospuesta en diversas ocasiones y ahora que me decido a afrontarla él no puede hacerlo. No obstante, me hizo varias sugerencias, que he incluido; en estos casos, al final de la entradilla constan sus iniciales. La segunda advertencia es que he creído interesante incluir también algunas (pocas) entradillas referentes a films de los que siempre oímos comentar lo mismo.

A tumba abierta: Mediante este arrebato, más siniestro que lírico, el crítico trata de advertir a sus lectores que un cineasta ha rodado con valentía una película “sincera, rigurosa y difícil”.

Adaptaciones (literarias): Cuando la adaptación está rodada por un realizador que le gusta al crítico, éste suele decir que «el autor (es decir, el realizador) la lleva a su propio terreno». De Vicente Aranda se dice que es un experto en adaptaciones. Si la película está filmada por Welles, es mejor decir que éste se inspiró en la novela (o en la obra de teatro), que parece más fino y culto, más importante, más de autor en suma. «Una cosa es la novela y otra el film». Correcto: pero en tal caso, ¿por qué hay críticos que, al comentar una película que es una adaptación, llegan al extremo de atribuir al realizador temas, ideas ¡e incluso diálogos! que provienen del contenido de la obra adaptada (está claro que no se trata del estilo), en vez de interesarse por su labor real? Por poner un ejemplo tradicional, Mackendrick y Viento en las velas, excelente película en la que los críticos suelen atribuir al director la idea de la crueldad de la infancia, como si Richard Hughes sólo fuera un nombre más dentro de la ficha técnica.

Alegato-apología: Hay que aprender a distinguir entre apología y alegato. Se hace apología (vergonzosa siempre) de algo “malo” y alegato (furioso y feroz, generalmente) contra algo “malo”: no se hace apología de una buena causa [A.W.].

Alien: Decir que es lovecraftiana. Repetir, sin citar la fuente, que la nave espacial «Nostromo» se asemeja a un castillo medieval: puede haber alguien que no se enterara de quién lo escribió o dijo primero y, así, pasará como de cosecha propia.

Allen, Woody: Está muy influido por Bergman y Fellini. De joven fue un cómico vulgar, línea Playboy; pero con la madurez ha rodado sus mejores films, a excepción de Sombras y niebla, que es un fracaso. Le gusta tocar el clarinete.

American way of life: Lo que “fustigan” algunas películas.

Americano medio: Especie humana observada por los cineastas, al decir de algunos críticos, con microscopio o bisturí. Hablar de él con superioridad.

Antonioni, Michelangelo: Cineasta de la incomunicación. Autor de una trilogía. Hoy está injustamente olvidado.

Apocalypse Now: Imprescindible mencionar (volver a mencionar, mencionar siempre, una y otra vez, infatigablemente, por si acaso alguien no se hubiera dado cuenta o jamás lo hubiera visto, oído o leído) la secuencia de los helicópteros a los sones de la cabalgata de las Walkyrias. Sobre todo, no hay que olvidar añadir ─por si alguien puede sospechar que el crítico no ha leído la novela─ que se trata de una adaptación personal de El corazón de las tinieblas de Conrad, para luego evitar cuidadosamente toda referencia a ella para que no se descubra que realmente no ha sido leída.

Artesano: Se decía de aquellos realizadores a quienes los críticos de cine no consideraban autores; pero se trata de una especie en vías de extinción, pues actualmente todos los realizadores de cine son considerados y tratados como autores por los críticos. Lo curioso es que aunque ─raramente, eso sí─ en alguna crítica de un film actual salga a relucir la palabra artesano, se sigue hablando del director de esa película en términos de autor.

Asalto a la comisaría del distrito 13: No hay que desanimarse porque llevemos veinte años oyendo citar Río Bravo cada vez que se habla de esta película; seguir haciéndolo imperturbablemente.

Autor: El realizador cinematográfico.

Berlanga, Luis G.: Erotómano. Cine coral (aplíquese alegremente a todas las películas sin un protagonista claro, por ejemplo, Los amigos de Peter) [A.W.].

Binoche, Juliette: Vulnerabilidad. Sensibilidad extrema.

Bisturí: No, no es el del cirujano. Al decir de los fans de algunos «autores», éstos utilizan la cámara (o la planificación) como un bisturí para diseccionar… (añádase aquí lo que más guste).

Bogart, Humphrey: «Si me necesitas, silba». «Bogie». Casablanca.       

Branagh, Kenneth: Decir con tono de suficiencia o de experto: «es un gran actor shakesperiano» o «es el nuevo Laurence Olivier». Después de Welles, él. Suele ser mejor cuando rueda películas de pequeño presupuesto.

Continuará

***

(2) Nº 243 ─ febrero 1996

Una vez alcanzado el nombre de Kenneth Branagh, la segunda entrega de este pequeño diccionario empieza con el nombre de otro director, el aragonés Luis Buñuel, y se cierra este mes con la palabra entomólogo.

Buñuel, Luis: Surrealista. Cómo es posible que alguien no se haya enterado todavía, hablar de la secuencia de la navaja y el ojo en Un perro andaluz. Sus mejores películas son las mexicanas. Cada vez que guste una película española, hablar de las influencias de Buñuel en ella.

Cahiers (du cinéma): Influyó en los críticos españoles, que la copiaban.

Cámara (Film de): Película con pocos personajes y decorados, en la que se habla poco y cuyos actores suelen mirar pensativamente por la ventana. Está bien visto decirlo a propósito de Rohmer.

Casablanca: Ejemplo por excelencia de melodrama, cine popular y cine diseñado por un estudio en la edad dorada de Hollywood (Warner Bros.). Citar a menudo: «Tócala otra vez, Sam»; «este es el inicio de una gran amistad».

Casquería: Se utiliza en algunos periódicos para decir que hablan de un film «gore».

Cine: Séptimo arte. Alternativamente: «el arte por excelencia del siglo XX» o «el arte de nuestro tiempo» o «el arte más vigente del siglo». Decir (y quedarse tan fresco) cosas tan demenciales como que es el arte que ha ofrecido más obras maestras en este siglo.

Ciudadano Kane: Es la mejor película de la historia del cine…, pero me gusta más El cuarto mandamiento.    

Comedia (americana, por supuesto): La comedia es el género más difícil y el que menos aprecian los críticos, quienes no suelen votar comedias en sus listas de películas preferidas porque no parecen importantes. Es más fácil hacer llorar que hacer reír, es más fácil hacer un drama o una tragedia que hacer una comedia.

Complaciente (Nada): Se dice de las películas que, según los críticos, no son complacientes con los espectadores (es decir, también con los críticos; pero éstos saben apreciarlo).

Consecuencias: Para los críticos, siempre son las últimas («llevar hasta sus últimas consecuencias»).

Corman, Roger: «El rey de la serie B». Rodaba en pocos días y con escasísimo presupuesto.

Corrosivo: Factor, al parecer, esencial para que un crítico valore una película.

Crítica social: Se destaca en algunas críticas de cine, bien sea como propósito del autor, ya como enseñanza extraída del film, y siempre es muy aplaudida por el crítico, aunque éste no incorpore luego dicha enseñanza a su propia vida (crítica del arribismo, crítica del machismo, crítica del…).

Críticos: Todos los críticos son directores frustrados; no los leo [A. W.]. No entiendo lo que dicen. Son aburridos.

Cuarto mandamiento, El: Se suele opinar de la obra de Booth Tarkington, sin haberla leído, que es un «mediocre novelón» y que Welles la trascendió (radicalmente injusto: se trata de una obra espléndida que, por cierto, el propio Welles admiraba mucho).

Cukor, George: Hablar de que era un extraordinario director de actrices y un profundo conocedor de la sensibilidad femenina (vale decir «del alma femenina»).

Culto (película de): También llamada cult movie: nuevo género cinematográfico, instaurado en torno a los últimos años setenta y primeros ochenta, formado por films que se hacen famosos entre los cinéfilos, a menudo proyectados en sesiones nocturnas (otro nombre, detestable: golfas); no es una condición esencial, pero está bien visto que sean «graciosas», «delirantes», deudoras del comic y aparentemente dinamitadoras de convenciones (no en el fondo: véase Arizona Baby).         

Chabrol, Claude: Feroz diseccionador de la pequeña burguesía francesa. Variante: feroz diseccionador de la pequeño-burguesía provinciana francesa.

Chaney, Lon: «El hombre de las mil caras».

Chaplin, Charles: Demasiado sentimental; perdió interés con la llegada del sonoro; «me gusta más Keaton»; «lo mejor de Chaplin son los cortos».

Dama de Shanghai (La): El director Orson Welles telefonea a Harry Cohn, capo de la Columbia, y le pide que le envíe por cable cincuenta mil dólares «a cambio de una historia extraordinaria»; al lado del teléfono hay un anaquel con novelas de bolsillo y Welles coge al azar una de ellas (alegremente tildada de mediocre por quienes, como sucede a menudo, no la han leído) y le dice el título: será la futura La dama de Shanghai. Siempre que se pueda, hablar de la secuencia final con los espejos y añadir que Woody Allen la homenajea en Misterioso asesinato en Manhattan.       

Daves, Delmer: Era un buen guionista y director, pero se echó a perder rodando para Warner Bros. unos films al servicio del mediocre Troy Donahue.

DeMille, Cecil B.: Especialista en películas bíblicas. Dirigía bien a las masas en las secuencias de gran espectáculo.

Desdeñable (Nada): Afirmar con suficiencia, hablando de un film, que es «nada desdeñable» o contiene cosas «nada desdeñables».

Desmitificación: Elemento al parecer imprescindible para que una película con personajes o temas «míticos» sea buena.

Dietrich, Marlene: Sus piernas; se lo debe todo a von Sternberg; la canción «Lili Marlen».

Discutible: El crítico utiliza este término para sugerir que no está de acuerdo con algunos aspectos de la película que comenta, y parece hacerlo con la convicción de que hay cosas indiscutibles. Pero olvida, iay!, que todo es discutible: hasta su opinión.

Disección: La practican algunos cineastas («el film es la disección de… »).

Easy Rider: Fue la película manifiesto de una generación.

Eastwood, Clint: Combinación de clasicismo y modernidad; es el último romántico (acotación personal: he oído hablar de últimos románticos desde que tengo uso de razón: cada año surge uno nuevo); le gusta mucho el jazz; queja de sus fans: antes era denostado por algunos críticos (incluso como actor) y ahora se ha convertido en el cineasta admirado por esos mismos críticos (de nuevo: incluso como actor).

Eisenstein, S. M.: la secuencia de las escaleras de Odessa es una gran lección de cine; experimentador con el montaje; siempre que se hable de Alexander Nevsky o de lván el terrible hay que hablar también de la música de Prokofiev.

Entomólogo: A tenor del abuso que se hace de este término, parece tratarse de la vocación secreta de muchos cineastas (o de un oficio de reserva: «…con mirada de entomólogo»). Otra opción es el famoso “bisturí” (véase).

Continuará

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